La entrada en el majestuoso vestíbulo central del Museo Británico (BM, en sus siglas en inglés), en el barrio londinense de Bloomsbury, obliga de inmediato a alzar la vista, atraída por la luz que filtra su bóveda de cristal. Es fácil no prestar atención a la inscripción del suelo, una cita del poeta victoriano que más simboliza el esplendor sin complejos del Imperio Británico, Alfred Tennyson. “Y deja que tus pies, de aquí a los milenios, se anclen en medio del conocimiento”. La pretensión de los sucesivos Gobiernos del Reino Unido de ser los custodios de ocho millones de piezas arqueológicas que narran la Historia Universal de la humanidad ―lo que para muchos no es más que la institucionalización de un expolio histórico― se ha dado de bruces con un episodio, el robo de más de 2.000 objetos, que ha provocado el bochorno internacional y ha cuestionado seriamente el papel de guardián que se atribuye a sí mismo el museo.
La desaparición de pequeñas piezas de escaso valor es más normal de lo asumido en muchos museos, pero el caso del Británico ha tambaleado una institución duramente criticada por su negativa a devolver a otros países las obras que acumulaLeer más