En un extremo de la pantalla, una pequeña línea. Enfrente, otra raya. Y, en medio, un punto moviéndose de un lado a otro. Arriba, un marcador. Y nada más. Así que al jugador de Pong no solo se le exigía destreza con el mando, para mover su raya arriba y abajo e intentar impactar aquella manchita blanca. También debía tirar de imaginación, para creerse que golpeaba una pelota en un trepidante partido de tenis de mesa.
Un ensayo proclama el avance imparable de las aventuras digitales y su impacto más allá de la cultura, destaca las creaciones cada vez más arriesgadas y experimentales y analiza las principales sombrasLeer más