En solo una década, la explosión de los documentales de plataforma ha pasado de parecer una fértil tierra prometida a convertirse en una superpoblada macrogranja dominada por contenidos insustanciales. El impacto de películas tan premiadas como Ícaro, American Factory o Lo que el pulpo me enseñó dejó tras de sí irrelevantes sucedáneos o carísimos seriales como Enrique y Meghan. Invertir en documentales, la mayoría de corte periodístico, fue una de las ideas más brillantes del streaming: con mucho menos presupuesto que cualquier ficción, encontraron una vía para legitimarse apostando por un género capaz de profundizar en asuntos esenciales, como las consecuencias del cambio climático o la amenaza que representan los gigantes tecnológicos para el bien común. Hubo muchos espectadores que se decidieron a pagar por contenidos solo por esta apuesta por la realidad.
La estandarización audiovisual que dicta el algoritmo ensombrece un género que en los últimos años vivió un ‘boom’ cualitativo gracias a la apuesta del ‘streaming’Leer más