Al fin ha nacido Humberto. ¡Qué emoción! Aunque lo primero que sus padres sienten es más bien asombro. ¿No se supone que debería ser minúsculo? ¿De dónde salió ese bebé colosal? Cuando la mamá se lo pone encima, casi acaba aplastada. Para llevarle a casa, hace falta una grúa. Y la criatura no se sacia ni comiendo latas enteras. De ahí que pase a devorar a la gata e incluso a su propia progenitora. Salvaje. Y, sin embargo, hay más: en El gran libro de los niños malos, de David Walliams (Montena), las chiquillas torturan animales o desafinan malamente y un joven mimado desaparece para siempre dentro de la tarta que exigió por su cumpleaños. El relato finaliza así: “No seas glotón. Eso podría acabar ahogándote”.
Consejos distintos
El escritor, divulgador y crítico de literatura infantil y juvenil Freddy Gonçalves Da Silva elige sus libros rebeldes: «El humor de Jon Klassen me parece soberbio. Desde la simpleza, logra construir narrativas poderosas con los lectores. Pienso muy velozmente en Shinsuke Yoshitake, Kitty Crowther, Amy Timberlake, Manuel Marsol, Iban Barrenetxea, los libros de filosofía de las Wonder Ponder. Y creo que es porque transgreden la manera de ver el mundo actual a nivel editorial. Se me escapan nombres, así como también creo que la transgresión no solo parte del humor, y en ese sentido se me quedan más nombres en el tintero». Entre otras obras recomendadas por algunas fuentes de este reportaje también se encuentran Mi abuela, la loca, de José Ignacio Valenzuela y Patricio Betteo (BiraBiro); la serie de Eddie Dikens de Philip Ardagh; El amuleto de Samarcanda, de Jonathan Stroud (ambos en Montena y destacalogados), o muchas de las creaciones de El Hematocrítico.
Decenas de libros infantiles y juveniles abanderan transgresión, gamberrismo e ironía despiadada, en la estela de Roald Dahl y frente a las alarmas sobre la presunta dictadura de lo políticamente correctoLeer más