Es dudoso o impensable que el gran público conozca los nombres de esa gente cuya imaginación se dedica a parir historias para alimentar películas, series y programas de televisión. Su nombre pasa rápido en los títulos de crédito. Incluso, en el pasado, alguno con currículo tan largo y notable como Dalton Trumbo, estigmatizado por los cazadores de brujos y brujas, tuvo que firmar sus guiones con nombres ficticios o de otras personas. No existe el gran cine cuyo origen fueran malos guiones, pero sí existen directores que no estuvieron a la altura de las historias que narraban.
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