Hay un hombre que, mucho antes de que irrumpiera el relato sucio y deprimente de la serie The Wire, mostró al mundo cómo se ven, se oyen y hasta cómo huelen los rincones y personajes más depravados de su ciudad, un punto perdido en medio de la costa este de EE UU llamado Baltimore (Maryland): los repugnantes protagonistas de Pink Flamingos (1972), la familia más inmunda que jamás haya existido; las calles residenciales alejadas de toda oscuridad donde en los años sesenta vivían familias blancas como la de Tracy Turnblad, la chavala rellenita que lideró un baile por la integración racial en Hairspray (1988); y las infraviviendas donde se multiplicaban y hacían de las suyas los soeces pero también muy tiernos pandilleros de los cincuenta de Cry Baby (1990), filmes todos ellos suspendidos en un estado de gracia entre la provocación, la parodia y el disparate que, con el tiempo, se han consolidado como títulos de culto y han encumbrado a su director a los altares de la cultura basura.
El legendario Papa del ‘trash’ aterriza por segunda vez en su vida en España: apadrinará el Festival Rizoma y ofrecerá su monólogo ‘Falso negativo’ en MadridLeer más