Cuesta trabajo en días como hoy la coherencia a la hora de escribir en pasado sobre alguien que sigue iluminando el presente. Alguien tan grande como Teresa Berganza, que enriqueció sus relaciones con amor, humor y, siempre, con la verdad por delante. El amor lo derrochó a raudales con los suyos, pero también con otros personajes que parecen escaparse del marco de alguien a quien se tiende a encasillar en el paisaje de la música clásica como un absoluto. De su amor a los de casa da testimonio lo que ocurrió tras un histórico recital en el Teatro de la Zarzuela, preludio de su regreso al coliseo madrileño en formato operístico: en 1991 con Rinaldo y un año más tarde como esa Carmen que la encumbra en la historia de la ópera. Aquella noche, tras regalar nueve propinas para saciar la sed de Berganza de la audiencia, se despidió con su castiza simpatía diciendo: “Me voy, porque tengo que dar la cena a mi nieta”.
La cantante era verdad por los cuatro costados. Por defender la de Mozart fue capaz de enfrentarse incluso al intocable Karajan. Aunque si hubo un compositor con el que se identificó por encima de los demás fue sin duda RossiniLeer más